¿Se nos va Mauricio Vargas? Bien ido.


Mauricio Vargas: me cansé del frío de Bogotá

Mauricio Vargas se va de Bogotá.  Las razones que Vargas aduce a lo largo de su columna muestran una profunda desconsideración por millones de Bogotanos que simplemente tienen que vivir en Bogotá, bonita, fea o como esté, y no tienen los medios para retirarse a una casita cerca al mar, y hacérselo saber a la opinión pública. Vargas, que nació en Bogotá hace 50 años (él tiene que decir que es más bien «el medio siglo que ya completó en este planeta«), viene a estas alturas de la vida a salir con que se cansó de la «garúa», que es como Vargas le dice a lo que los demás llamamos lluvia, y del cielo gris, y del frío. La queja resulta francamente inverosímil: sería como que un esquimal súbitamente se quejara de la nieve y el hielo entre los que nació, creció y se reprodujo. La queja del frío y el cielo gris se la creo a un muchacho recién llegado de tierra caliente. ¿Pero a un nativo? ¿Y de medio siglo? Es que Bogotá no se volvió así, es así, siempre ha sido así: gris y fría. Su rinitis, sus resfriados y sus dolores de huesos son chocheras, achaques de una vejez prematura y malentrada que ahora Vargas quiere endilgarle al clima al que ha estado expuesto medio siglo, en vez de a su asma y a todo el humo de segunda y primera mano que aspiró durante años: tan sólo en septiembre del año pasado nos lo contaba en otra de sus jocosas columnas de la pretenciosa revista Donjuán. Esto además, después de haber promocionado ampliamente la inmisericorde llegada de sus 50 años.

Cuando finalmente Vargas dice ser honesto, devela que realmente lo que no le gusta de Bogotá es Petro, ni los anteriores alcaldes del Polo, cosa a la cual tiene todo el derecho del mundo: Garzón y Moreno son dos conocidos retrocesos, y Petro aún no ha salido con nada. El problema con el arranque de honestidad de Vargas es que de paso revela que más o menos siempre ha odiado vivir en esta ciudad, que tanto le ha dado dice, pero que a lo sumo le parecía soportable. Ahora, después de tres administraciones desprovistas de amigos suyos, ya no tiene porqué aguantarse más; basta de apariencias. La columna es el destape de una animadversión de vieja data contra la ciudad. Súbitamente le han salido los cojones para decirlo. Cegado por su afán de criticar en abstracto a los objetos reales de su odio, Vargas recurre a la fantasía, diciendo que antes las bibliotecas públicas en realidad si lo eran, y que hoy ya no, e incluso, y ya delirante, afirma que había colegios públicos de calidad en el sur.

Entonces dice que por eso se va. Se muda (Vargas no se trastea, se muda) buscando dice, no sólo «el calor de otras tierras sino de otra gente«, en una nueva ciudad que cobardemente, no se atreve a nombrar, pero en donde «hay mejor temperatura, humana y ambiental, y la gente todavía sonríe, todavía no se ha envenenado, y comienza a haber bibliotecas y buenos colegios públicos y han comenzado, poco a poco, a liberar los andenes«. Los Bogotanos resultamos entonces ahora una horda de gente envenenada, de mala «temperatura humana», lo que sea que eso signifique; amargados, que no sonríen. No veo de dónde pueden salir generalizaciones tan burdas sobre el carácter de tanta gente tan distinta que vive en esta ciudad. Vargas se suma a la cadena de «estereotipos, de lugares comunes, de agresiones gratuitas» relacionadas con lo regional que denuncia en su excelente columna del El Tiempo, Juan Gossaín.

La columna de Vargas está llena de ese lenguaje arribista y pretencioso característico de él. En esta ocasión nos salvamos otra vez de que nos dijera que su padre era de la cueva de Barranquilla, y su inevitable, gratuita y repetitiva referencia de autodefinición personal y profesional en torno a Grau, Obregon, Roda y como no, Gabo. En cambio, sí nos tuvimos que enterar de que su novia nació en un mar «agitado, frío y con personalidad», una referencia tropical y tercermundista, como si nacer cerca de un mar agitado y frío le diera a la gente algún un carácter especial. Esta atribución causal encaja de maravillas con la propensión de Vargas a hacer generalizaciones defectuosas y a usar estereotipos regionales: los Bogotanos, tristes y envenenados, su novia, agitada y con personalidad.

Lo más lamentable de esta sarta de ofensas gratuitas, odios destapados y pretendida sofisticación, es que está montada sobre una mentira suprema. Resulta que todo es falso: Vargas en realidad no se va de Bogotá. Podrían pasar entre tres y ocho años para que de pronto lo haga.  La forma en que lo explica es además de antología: empieza la columna con un solemne:

La decisión está tomada: en un plazo de unos pocos años, abandonaré Bogotá, la ciudad en la que he vivido casi de manera permanente durante el medio siglo que ya completé en este planeta, y que, debo decirlo, me ha dado mucho

Para tan sólo unas líneas después develar la magnitud de su mentira: unos pocos años que podrían ser entre ¡tres y ocho!:

Pero con la debida planificación, para la segunda mitad de este decenio estaré viviendo fuera de la capital la mayor parte del tiempo.

Por favor. ¿Con la debida planeación? ¿En la segunda mitad de este decenio?. El tipo no tiene ni idea cuándo se va. No sólo es falso el romanticoide «Adiós Bogotá, Adiós»;  Vargas en realidad no se va a ningún lado, sino que además a la vuelta de 5 o 7 años, dos alcaldías después de la presente, cuando probablemente se mude, su pretendida partida ni siquiera será permanente.

Veremos si algún día se va. Por ahora Vargas nos enseña una pieza de crítica política taimada, soterrada, fundamentada en eventualidades, mentiras y ofensas gratuitas y ahora vemos con sorpresa, añejas. Pretende mostrar como racional una decisión venal; simplemente se va de Bogotá porque le da la gana y puede, y puede simplemente por ser quién es y en virtud de los privilegios que le han tocado en suerte, y que no le han tocado a millones de Bogotanos con problemas reales como la falta de oportunidades, la exclusión, o no poder suplir sus necesidades básicas, y no tonterías como que no le entra suficiente luz en su estudio. Vargas parece mostrar con orgullo el no haber pasado por la universidad; de hecho se jacta de que «a punto de cumplir 23 años y se encontraba ya a la cabeza de la redacción de una de las más importantes publicaciones del país, mientras sus compañeros de generación apenas terminaban sus estudios universitarios«; esto tampoco le impidió ser ministro. Y bueno, es cierto, hay mucha gente muy brillante que no ha pasado por la Universidad. Parece ser que pasar por la universidad como rito de acenso social es un camino que nos toca sólo a algunos, y es cierto, hay muchas que no se aprenden en la universidad, o fuera de ella. Consideración y empatía por sus conciudadanos, de las que Vargas hace una impresionante demostración de carencia absoluta, parecen ser dos de esas cosas. Y eso que esta ciudad le ha dado tanto. Qué tal que no, como a tantos otros bachilleres rasos.

2 comentarios en “¿Se nos va Mauricio Vargas? Bien ido.”

  1. Jorge, hay al menos dos puntos de su escrito con los que no estoy de acuerdo. El primero, es que no es válido desestimar la crítica que se hace de una situación solo porque hay personas que están condenadas a vivir esa situación diariamente. Así, criticar la educación pública sería desconsiderado porque hay niños y jóvenes que no tienen acceso a la educación privada. Lo de las razones que se aduzcan, eso es otro asunto. La segunda es que no me parece que sea una generalización absurda que la gente en Bogotá es cada vez más agresiva, y es probable también que esté más envenenada que gente de otras ciudades. Y no es difícil encontrar la razón. La seguridad es un problema innegable, así que la gente anda prevenida: el otro es para cada uno un potencial enemigo, una amenaza real: y, ¿cómo actúa uno frente a quien puede robarlo, como mínimo? Los trancones, los buses llenos, los transmilenios bloqueados, retrasados, las calles rotas, etcétera, hacen que vivir en Bogotá no sea propiamente un placer, así que no sorprende que la gente viva envenenada, soñando con la posibilidad -frustrada- de vivir mejor: de irse, porque no se le ve una solución cercana al problema estructural de la ciudad y cultural de quienes la habitamos. Puede ser desconsiderado, pero no deja de ser cierto.

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  2. Cien años después, pero debo decirle que sí, tiene toda la razón. No es válido desestimar la crítica que se hace de una situación solo porque hay personas que están condenadas a vivir esa situación diariamente. Gracias y saludos.

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